Cuando llegué a la sala de reuniones del Consejo Supremo del Régimen, la mayoría de los ministros ya estaba allí. El resto ya habría huido a las metrópolis amigas. Teníamos los ojos cansados y los corazones en un puño, un puño que no sabía si agarraba o si solo sujetaba. La incredulidad por la actitud cívica de la ciudadanía había robado muchas horas de sueño.
Las deliberaciones (cada vez más nerviosas) pronto se centraron en cómo afrontar las manifestaciones pacíficas que tenían ocupadas la plazas más importantes del país. Unos eran claramente partidarios de reprimirlas duramente y sin mostrar vacilación, echando mano del ejército y de la policía. Otros, más entregados a la evidencia de una derrota inevitable, eran partidarios de tratar de ganar algo de tiempo. Pero para estos segundos, entre los que me encontraba, el fin de un ciclo de 30 años era ahora bien patente en la gente que se echa a la calle. El distanciamiento de la gente y de la realidad era más que una evidente. Internet era imbatible para esta gerontocracia política.
Tomé la palabra apoyándome en mi bastón:
– La mayoría de vosotros no recordará el dato, pero en menos de una año se conmemorará el 40 aniversario del Bloody Sunday. Los que, como yo, hayan estudiado en los prestigiosas universidades de Estados Unidos o de Gran Bretaña, sabrán a qué me refiero. Para el resto, piensen en el lamento de la conocida canción de U2, que seguramente alguna vez han escuchado ustedes, sus hijos o sus nietos, más probablemente.
Hubo rumores y cierta agitación entre mis viejos camaradas. Traté de explicarles que aunque en la historia de la humanidad hay muchos más ejemplos como aquel, la fuerza de la música popular podría ayudarles a entender lo arriesgado de una postura de fuerza en ese momento. Pero sobre todo, quería que se vieran en el espejo de 4 acordes sencillos y en la voz de un activista como Bono: segar las vidas de inocentes es la mejor manera de provocar una ola contraria de una magnitud superior a la de un tsunami.
Y ahora aquí estoy, en esta celda incomunicada, me duelen los huesos de la humedad. Pero más me duele ahora la espera de la condena de los tribunales populares, de la opinión pública y de mi conciencia por 30 años de régimen. El hambre de poder era entonces insaciable, mucho mayor que el anticipo de arrepentimiento que ahora me corroe.
I can’t believe the news today No me puedo creer las noticias de hoy
I can’t close my eyes and make it go away. No puedo cerrar los ojos hacer que desaparezcan
How long, how long must we sing this song? ¿Cuánto tiempo debemos cantar esta canción?
How long, how long? ¿Cuánto tiempo, cuánto tiempo?
Querido amigo, a ver si recupero la normalidad bloguera y te leo más. Mientrsa tanto dos recomendaciones. Collin Hay, ex «Men at work», aquel magnífico grupo australiano. Él siguió en solitario y tiene discos magníficos. Sirva de muestra esta canción: «I just don’t think I’ll ever get over you»:
I drink good coffee every morning
Comes from a place that’s far away
And when I’m done I feel like talking
Without you here there is less to say
I don’t want you thinking I’m unhappy
What is closer to the truth
That if I lived ‘til I was 102
I just don’t think I’ll ever get over you
I’m no longer moved to drink strong whisky
‘Cause I shook the hand of time and I knew
That if I lived ‘til I could no longer climb my stairs
I just don’t think I’ll ever get over you
Your face it dances and it haunts me
Your laughter’s still ringing in my ears
I still find pieces of your presence here
Even after all these years
But I don’t want you thinking I don’t get asked to dinner
‘Cause I’m here to say that I sometimes do
Even though I may soon feel the touch of love
I just don’t think I’ll ever get over you
If I lived ‘til I was 102
I just don’t think I’ll ever get over you…
Y la segunda recomendación: de Jazz: «Touch» de Jessica Williams. jaime
Me gustaMe gusta
Querido Jaime, dudo mucho que leerme más sea recuperar la normalidad. No me atribuyas cosas imposibles. Aquí no hay normalidad, ni nada que se le parezca.
Me gustaMe gusta