Últimamente  ando algo obsesionado con los libros que unen música popular contemporánea y ficción. Algunos de los que he leído en los últimos, digamos 2 años, eran lecturas buscadas y otras no. Unas me han gustado y han colmado mis expectativas y otras me han decepcionado. He aquí una lista apresurada, porque hay cientos más ahí fuera esperando:

  • El clásico Alta Fidelidad de Nick Hornby, autor también de ·1 canciones, inspiradora de este blog, con su película igualmente mítica protagonizada por John Cusack.
  • Caryn Rose y su B-sides and Broken Hearts de 2011 que retrata el camino personal a ritmo de The Replacements a través de un viaje y de bandas de rock especialemnet en California.
  • Joseph Gellineck habló de Morir a los 27, un thriller de ambiente musical que se desarrolla después de un concierto de The Walrus.
  • La última novela de Martín Casariego, El juego sigue sin mí, novela de ambiente adolescente en la que la música une a dos jóvenes.
  • en el último volumen de su trilogía El Siglo de Ken Follet, El umbral de la eternidad habla de la celebérrima banda de pop-rock de Dave Williams y Willie Franck Plum Nellie, evolución de The Guardsmen. No confundir con otra existente.
  • Y la más reciente de todas: Matha, música para el recuerdo, de Fernando Navarro, en la que ando sumergido ahora.

Uno de los denominadores comunes de todas esas obras, y que las hacen muy atractivas, es el papel que tiene la música pop-rock. Sabemos que  a la gente le gusta la música porque le hace sentir bien o porque “decora” con eficacia sus vidas. Pero llegados a este punto se ha convertido en algo más. Para empezar, en un instrumento de cohesión social, puesto que vertebra y socializa, especialmente en grupos sociales urbanos. Porque es un descriptor simbólico muy poderoso, quizás el más intenso de nuestros días entre la gente de menos de 50 años. Porque su ubicuidad es su debilidad (aunque “lo que abunda no daña” sí se minusvalora), pero también su fuerza (hay que contar con ella necesariamente). Y, sobre todo, visto ahora como la suma de individualidades, da sentido y refuerza las emociones de millones de personas que lloran, ríen, se enamoran o viven colgados de una canción.

Para otros, hacer música es indisociable de su misión en la vida porque comprenden lo anterior y quieren formar parte de ello. Y eso a pesar de que la paradoja de su ubicuidad conlleva que ya se experimente menos que una religión vivida con devoción por los jóvenes para ser no ser más un lenguaje, una herramienta de comunicación. Y no estoy hablando de “freaks” que escuchan música a todas horas o que estudian nuevos grupos que aún no conoce nadie: hablo de la gente que simplemente escucha música y la disfruta.

En suma, de todo esto, sin necesidad de explicarlo, hablan todas estas novelas, porque en ellas se percibe que la música importa a la gente, como decía antes. Es precisamente esto lo que me interesa como he escrito en este blog aquí, aquí y aquí.

Volviendo al incipiente fenómeno editorial quizás se esté convirtiendo ya en un correlato literario de la hipótesis que manejo desde hace tiempo: la música pop-rock sería, aun en sus albores, un fenómeno cultural, al modo de lo que ha sucedido en el mundo anglosajón. Forma parte ya de nuestra cultura, de la manera con la que nos relacionamos con el mundo y entendemos la vida. Por eso, en Pakistán los extremistas asesinos prohíben los discos.

Son, en definitiva “libros sobre ti”, como el título de una de las nuevas canciones de Belle and Sebastian:

Recientemente esta postura ha podido leerse en la prensa digital:

Marta Sancho Moliner, especialista en Musicología e integrante del grupo punk Genderlexx y de la formación experimental Balaclava sostiene que “no hay que olvidar que el pop tal y como lo concebimos es posible y puede entenderse dentro de los engranajes de la cultura de masas y es en este contexto donde se ha creado toda la industria que lo rodea. No pretendo con esto desprestigiar esta música, como muchas veces se hace, pues soy firme defensora y consumidora. Si enfocamos esta problemática como la dicotomía entre música “culta” o “académica” y música “popular” o “ligera” – esas eternas antagonistas irreconciliables históricamente-, el pop es la música tradicional del siglo XXI, puesto que podría situarse en oposición a la música culta, donde antes estuvo la música tradicional, adaptándose a nuestras necesidades sociales como consumidoras. El pop es simplemente la cristalización de lo popular dentro de la época que nos ha tocado vivir, la música que mejor se ajusta a nuestras circunstancias”.

Me ayudas a completar la lista de libros que hablan de música? Deja un comentario!